Pupilos amados!

Yo os reuní con el propósito de ofreceros, a cada uno de vosotros, la oportunidad redentora que clamabais con ardor. Fuisteis elegidos por el amor de Dios, que autorizó vuestra salida de los pantanos abisales y vuestra preparación para la jornada redentora.

El esclarecimiento espiritual hizo que vieseis los equívocos cometidos, y tras una minuciosa preparación, vuestros caminos se aproximaron, hasta llegar a la jornada terrena que culmina con el momento actual.

Desde lejos viene vuestra caminata y su final no está está próximo. Antes, debéis dar testimonio de que ya no pertenecéis a las pestilentes regiones de las que fuisteis elevados; debéis evidenciar que las lecciones tan exhaustivamente repetidas han sido aprendidas definitivamente, moldeando, en vuestras almas carentes, las Marcas del Cordero de Dios.

No seremos nosotros los que os pongamos a prueba, sino las pruebas elegidas por vosotros como vuestro calvario redentor; ese será el calibre implacable de vuestra fiel condición espiritual.

Sed severos con vosotros mismos y dejad reposar los pensamientos en ebullición, que fácilmente se vuelven contra vuestro prójimo. Observad y retirad la viga existente en vuestros ojos, antes de señalar la mota en el ojo ajeno. Demostrad caridad con las dificultades de los otros, como también vosotros necesitáis caridad con vuestras dificultades. Perdonad incesantemente a quienes os hieren, jamás justifiquéis vuestros errores con las heridas abiertas, y por último pupilos, trabajad, trabajad, trabajad.

Yo os llamo a la unión y al trabajo en el nombre de Jesús y nada más.