Hermanos, la luz de Dios cubre a todos sus hijos indistintamente. La centella, al ser creada por la mente Universal del Padre, no distingue y tampoco escoge el camino que ira a recorrer, pues sus dolores y su redención que le pertenecen a ella, cuando inicia el camino del progreso espiritual.　

Somos negros de piel, pero el dolor que toca a la puerta en la cobranza del pasado delictivo acoge a todos los que se exponen a sus vicisitudes.

Como blanca, hice sufrir a mi hermano, imponiéndole la esclavitud en tierras lejanas; como negra, sufrí y padecí el sabor amargo de la esclavitud, siendo esclavizada y humillada. Todavía no hay inocentes en la cosecha del karma.　

Entonces, ¿qué es lo que distingue a los negros de los blancos en el ayer y en el hoy, a lo largo de las civilizaciones que ya recorrimos? ¡Nada, hermanos! A los ojos de los hermanos superiores, somos iguales, nacemos, crecemos, cumplimos nuestra programación de corrección, y, por fin morimos. 　

La piel, en realidad, es la elección del espíritu, que busca el aprendizaje, en la vicisitudes de un planeta que usa la raza, la clase social y el género para clasificar quien es superior o inferior, quien debe ser escogido o excluido por una sociedad atrasada, que tiene los recursos materiales y el poder como sustentación de su base.　

Por lo tanto, ser negro o blanco es solo un estadio que dura un segundo, en la eternidad de tantas vidas que tuvimos y tendremos.　

El respeto y la fraternidad no deben venir de la condición de vida que la criatura escoge para sí mismo, pero si, por no reconocernos hijos del mismo Dios.　

Que la luz del maestro Jesús nos envuelva y que la paz del Padre nos sustente en el aprendizaje de amar, sin mirar a quien.